jueves, 27 de octubre de 2011

Mujeres y el trabajo frente a la Globalización
El trabajo y el empleo de hombres y mujeres no es intercambiable, la mujer sigue teniendo, hoy día, una doble carga, ganar un sueldo y dirigir un hogar.
La globalización, entendida como la interdependencia creciente de todos los mercados nacionales para la constitución de un mercado mundial en el marco de la internacionalización del capital, ha profundizado la diversidad y heterogeneidad de las formas de inserción de mujeres y hombres en las diferentes situaciones de trabajo y empleo.
La emergencia de nuevos modelos productivos ha transformado el trabajo humano. Las nuevas formas de organización del trabajo y de la producción demandan, por un lado, la estabilización e implicación del sujeto en el proceso de trabajo (mayor iniciativa, responsabilidad e incorporación de su saber hacer) y, por otro lado, flexibilizan el empleo volviéndolo más precario al incrementar el desempleo prolongado y las formas inestables de empleo. Se transforma el mercado de trabajo, el empleo y las condiciones de su ejercicio.
Este movimiento de inestabilidad del empleo se acompaña de un vasto y múltiple proceso de precarización del trabajo, en donde a una parte de la sociedad se le impide ser activo o se le recluye en la no actividad. El desempleo prolongado incluso se transforma en un verdadero proceso de exclusión social. Este carácter segregativo del empleo y el desempleo transforma la división internacional del trabajo y la incorporación y permanencia de hombres y mujeres en el mercado de trabajo, acentuando las desigualdades de género.
Para las mujeres, la globalización significa una convergencia de su situación a través del mundo, toda vez que la masculinización de las orientaciones mundiales en los mercados laborales es cada vez más sólida. Si bien las mujeres tienen hoy un mayor acceso al empleo, incluso han incursionado en ciertos sectores y ocupaciones antes considerados exclusivamente masculinos, sufren relativamente más los cambios provocados por las innovaciones tecnológicas y la reorganización del mercado del trabajo, asignándoseles los empleos precarios con mayor facilidad que a los hombres. Precisamente el incremento de la actividad femenina coincide con un aumento importante de la precarización del empleo. Así, detrás del crecimiento continuo de la participación de las mujeres en actividades remuneradas, emerge una figura laboral de crisis.
La precarización social concierne a hombres y mujeres, pero no los afecta de la misma manera. La precariedad tiene un sesgo genérico que nos habla de un proceso profundamente sexuado, que toca en primer lugar a las mujeres, tanto a las que se han incorporado a actividades formales como a las incorporadas en actividades informales. Hoy en día, esta figura de inestabilidad puede ser simbolizada por la trabajadora en actividades precarias, quien parece constituir la característica más relevante del trabajo femenino: la institucionalización de la inestabilidad, la precarización social y la feminización de la pobreza.
En todo el mundo, los trabajos considerados atípicos constituyen empleos permanentes para las mujeres. Son trabajos desvalorizados, sin calificación, de bajo nivel jerárquico y remuneración, a tiempo parcial, a domicilio, temporal, ocasional o por temporada, por contrato a tiempo determinado, por cuenta propia, subcontratado o simplemente informales.
Sin embargo, en el ámbito de un mercado flexible a escala internacional, las mujeres ocupan una posición estratégica. El mercado global con el acceso a trabajadores desiguales supone una división social y sexual del trabajo transnacional. La dinámica de la mundialización revela la centralidad de la esfera privada pues el capital mundializado no podrá desplegarse sin apoyarse en las mujeres, que en la familia continúan realizando las tareas de la reproducción de la población toda.
El trabajo y el empleo de hombres y mujeres no es intercambiable, por lo que pesa sobre las mujeres la doble carga de la responsabilidad familiar y el trabajo remunerado. Si el empleo se plantea como el salvoconducto que legitima la presencia en la vida pública y un derecho que la democracia debería garantizar como el derecho al voto, hoy las mujeres para acceder a él se encuentran en una posición de gran desventaja que las coloca en una situación permanente de trabajo excesivo.